Los niños de cinco años son imprevisibles. Atravesábamos la laguna de Venecia en un taxi acuático cuando, de repente, el motor se paró con un estruendo. Mientras yo miraba en todas direcciones para decidir cuál ofrecía más posibilidades de no ahogarme, mi hija de cinco años se reía y disfrutaba cada segundo. El motor volvió a arrancar, nos pusimos en marcha de nuevo y yo me eché hacia atrás convencido de que los ocho días siguientes cruzando el norte de Italia iban a transcurrir sin sobresaltos. Ya sé que Venecia, Florencia, Pisa y Bolonia no son los primeros lugares que vienen a la mente cuan…